jueves, 25 de noviembre de 2010

Diecinueve.

El roce de su mano, encendió una nueva llama en mí.
¿Todo era tan increíble? No estoy segura de que lo fuera, pero mi mente lo recuerda así. Recuerda cada detalle como uno maravilloso e inquietante.
Respiré profundamente y cerré los ojos dispuesta a dormir.
Minutos después aseguro que estaba dormida.
Muchas piensan en los cuentos de hadas como un referente, solo quieren ser las princesas de ellos. Yo soy distinta, a mi nunca me gustaron los finales felices, ni las historias en las que las malas recibían su merecido por lo echo. Nunca me han gustado las fantasías, prefiero la realidad. ¿Quién tiene un final feliz? Nada más que las listas y malas, las que consiguen lo que quieren. Aquellas personas que todas odian, pero que quisieran ser como ellas. Pues yo no quería ser nadie más que yo. Yo tenía claro mi objetivo, yo sabía a que aspiraba, y la verdad, ganaría todo aquello que se interpusiera en mi camino.
Si tenía que ser otra persona, lo sería. Pero mi mente seguiría igual. Claro está que a Justin le gustaba que "me dejará llevar por los impulsos", podría darle de lo suyo un poco. Total, ¿el qué sabía de mi que pudiera perjudicarme?


- ¿Bárbara? ––un escalofrío recorrió mi espalda, era una sensación fría, suave y a la vez dulce.
Abrí los ojos poco a poco, Bieber estaba sentado en la cama sonriente.
- Buenos días ––le saludé mientras me desperezaba.
- ¿Qué quieres desayunar? ––preguntó.
Hice crujir mi cuello.
- No tengo hambre, gracias ––respondí bostezando.
- Voy a por ropa, creo que Cait dejó algo suyo en la maleta por si las moscas ––se levantó de la cama y entró al baño.
- ¿Para qué deja Cait ropa contigo? ––le pregunté algo inquietada.
- Puede quedarse a dormir, y para su hermano tengo ropa pero para ella no ––respondió sin salir del baño.
Un silencio incómodo se prolongó.
Bieber tardaba en salir por lo que me puse de pie y me estiré.
Como no daba señales de vida me acerqué y me quedé en el marco de la puerta viéndole. 
Buscaba y a la vez destrozaba, la maleta ya estaba casi vacía, y todo lo demás esparcido por el suelo.
Le oí quejarse y se me escapó una risita burlona.
Me encaró.
- ¿Te hace gracia esto? ––preguntó haciendo un mojin.
- Me divierte verte perder la concentración ––respondí encogiéndome de hombros.
- Ah, cierto te gusta desconcertarme. 
- Tenemos algo en común.
- Tenemos muchas cosas en común.
- Esta es la primera que recuerde.
- Tienes muy poca suficiencia.
- Creo que te equivocas de termino.
- ¿Acaso tienes la suficiencia necesaria para recordarlo todo?
- Si.
- Si lo conoces, si no, no.
- Te conozco.
- No, no conoces mi mente.
- Puedo interpretarlo mejor que tú a la mía.
- Puede, pero no.
- ¿Seguro?
- Muy seguro.
- ¿Acaso no te gustaría ahora mismo insinuarte? 
- Si, igual que tú, aunque no te das cuenta sola.
Callé.
- Bah, te espero a fuera ––me retiré y me senté en la cama.
¿Por qué me había quedado sin ideas?
Miré la araña de cristal que colgaba sobre mi cabeza.
Deseé hipar y no entendí el porqué. Quizás fuera porque nunca antes me había quedado en blanco tan seguidamente como por aquel entonces, algo me bloqueaba y aislaba mis ideas.
Quizás no estuviera preparada para hacer esto sola.
"Ya has comenzado, no puedes desecharlo todo". Estúpida vocesita que hablaba cuando menos la necesitaba.
Sabía que no me estaba volviendo loca, o eso creí. Mi madre siempre me había hablado de que ella lo resolvía todo hablando con su conciencia, aquella debía de ser la mía.
Pero... ¿habría algún modo de omitirla en momentos como aquellos?
Medité, uno, dos, tres segundos y encontré la solución; no había modo de sacarla cuando empezaba.
"¿No te gusta esto? Es perfecto que haya aparecido él".
Si, así mamá estará orgullosa cuando vuelva y vea que ha sido de mi.
"No puedes hacerle eso".
Yo estoy designada para hacerlo.
"Serás infeliz".
Quien tiene dinero nunca lo será, el dinero lo cura todo.
- Bárbara ––me llamó Justin. Me levanté y fui a ver que quería.
- Di ––aasomé la cabeza.
- Toma ––me arrojó varias prendas rosas.
- ¿Gracias? 
- De nada.
- Sal, me voy a cambiar.
Bieber salió sin mediar palabra conmigo, entré y cerré la puerta.
Ahora que creo que he madurado mentalmente, me doy cuenta de muchos errores, de cuantas veces he intentado recomponerme a mi misma... ¡Que necia por no haberme escuchado desde el principio, por no pensarlo todo!
Supongo que es más fácil taparse los ojos y dejar de ver el mundo.
Me duché y vestí. Me sequé el pelo, y lo dejé suelto. Dejé mi flequillo de lado y salí.
Bieber soltó una sonrisa maravillosa.
- Me gusta, estás diferente ––dijo guiñando un ojo.
- Nunca me verás igual ––le advertí.
- No sé porque, pero ya lo sabía.
- Si, bueno. ¿Nos marchamos ya? ––pregunté mordiéndome el labio inferior.
- Quiero llevarte a un lugar especial.
- ¿Hay algún sitio al que puedas ir en Nueva York que te resulte especial?
- ¿A ti no?
- Me parece todo igual.
- Ya verás que mi sitio es mágico.
- Si tú lo dices...
- Sostengo mi palabra, te encantará.
- Adelante, sorpréndeme.
Cogió mi mano y me llevó, caminamos sujetos hasta salir del hostal y entramos a un coche rojo, Bieber se puso de conductor y yo le acompañé de copiloto.
- Abre la trampilla que hay bajo tus pies y busca una venda ––dijo parándose en un stop.
- ¿Una venda? ––le pregunté mientras la abría.
- Quiero que sea una sorpresa ––respondió.
- ¿Por qué te tomas tantas molestias Just?
- Sé lo que siento, y siento lo que sientes.
- ¿De qué hablas?
- Ve pensándolo por el camino Bárbara. 
Justin me tapó los ojos y supongo que volvió a poner en marcha el coche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario