martes, 30 de noviembre de 2010

Veintitrés.

Entramos a la casa, no podía dejar de sonreír.
Todo iba a la perfección, aunque tuviera el problema de delirar con Justin, él estaba encaprichado conmigo. Ahora tenía que elevar el nivel, tenía que dejar el capricho de lado y llevarlo a lo más alto.
- ¿A qué se debe toda esa felicidad? ––preguntó Jasmine girándose para darme frente, levantó las cejas.
Me mordí el labio inferior y puse los ojos en blanco.
- Me gusta esto... ––respondí encogiéndome de hombros, antes de que pudiera volver a la carga adelanté el paso para colocarme al lado de Alice, la agarré del brazo y sonreí.
- Eres asombrosa ––dijo Alice riendo.
- ¿Por qué no vamos a dar una vuelta por la casa? ––pregunté animada.
- ¿Para qué? ––preguntó confundida pero con la misma sonrisa en su rostro.
- Soy curiosa, quiero saber que clase de monstruos me puedo encontrar en casas desconocidas ––respondí.
- Eres muy intrépida ––repuso ella asombrada.
- Gracias ––le estiré del brazo llevándola a la dirección de las escaleras.
- Espera ––se paró en seco.
La miré aturdida.
- ¿Qué? ––pregunté suspirando.
- ¿No vamos a saludar? ––frunció el ceño.
- No se van a morir porque nos perdamos un rato.
- Pero...
- Si nos paramos puedo perder las ganas de investigar... ––le hice un puchero.
- ¿Ni a Just siquiera? ––insistió.
- Por favor... ––imploré.
Resopló, se había dado por vencida.
- Está bien... ––susurró.
- Genial ––hasta yo misma me tragué que estaba realmente emocionada.
Subimos las escaleras rápidamente.
Como había supuesto todo estaba a oscuras, si no fuera porque ya era mayorsita y había vivido en Dallas, habría tenido miedo.
- ¿Y ahora qué? ––preguntó ella.
- ¡Rastreemos! ––sonreí.
Fuimos de habitación en habitación buscando algo que Alice todavía no sabía que era.
Seguro que más de una ha pensado para que quería subir a la planta de arriba, y otras habrán dicho que estaba tendiéndole una trampa... Pues bien, no os habéis equivocado.
Entramos a una habitación que continuaba con otra puerta.
- ¿Qué esto? ––pregunté, aunque ya sabía lo que era.
Abrí y entré, Alice me siguió en silencio.
- Es una despensa... ––paró, me giré para sonreírle aunque sabía que no me veía.
- Se me ha ocurrido una idea ––dije excitada.
- ¿Cuál? ––preguntó ella... Era tan ingenua.
- Vamos a gastarle una broma a Just ––propuse.
- ¿Cómo? 
- Tú te quedas aquí, yo voy a por Just. Te meto un toque cuando este cerca con Justin y te pones hacer ruidos, yo hago que se acerque más y le asustas ––expliqué.
- ¿Y por qué me tengo que quedar yo? ––preguntó.
- Bueno... Just no subiría contigo... Al menos que...
- ¿Al menos que qué? ––preguntó inquietada.
- Que bajes sola y que el te pregunte por mi y tú le contestas que me he perdido, lo acompañas y cuando lleguéis por aquí yo salgo y os asustó. 
- Si, buena idea ––dijo saliendo ya de la despensa.
- Os espero ––me despedí, escuché como cerraba la puerta.
Me avancé rápidamente a la puerta de la despensa, cogí una horquilla y la removí hasta dejar la puerta atrancada.
Saqué mi móvil y alumbré la despensa que más bien era una salita. Busqué dos cojines y los coloqué en el suelo, cogí el jarrón que había y lo tiré cerca de los cojines.
Me quedé cerca de la puerta esperando escuchar pronto a Justin y a Alice.
- ¿Dónde estabais Alice? ––preguntó Justin, estoy segura de que estaba exasperado.
- No lo recuerdo Just... ––escuché responder a Alice.
Me tiré medio sobre los cojines, y el otro medio cuerpo muy cerca del jarrón.
Os preguntareis; ¿por qué está haciendo todo esto?. Bueno, Alice aunque se haya dado por vencida en el tema de Bieber sigue siendo un estorbo en mi camino, una piedra más.
Mi madre una de las cosas que me enseñó fue a deshacerme de todos los impedimentos en mi objetivo, por pequeño que fuera debía aniquilarla totalmente.
Había dos maneras para alcanzar la gloria; conseguir tu objetivo sin que nadie interviniera, o si alguien lo hacía... destruirlo.
Alice debía de estar esperando a que yo hiciera ruidos, pero tenía algo mejor planeado.
- Ayuda... ––grité, intenté que mi voz sonará rota.
Silencio.
- ¿Hay alguien ahí? ––volví a insistir.
- ¿Bárbara? ––Just se dio cuenta.
- Ayúdame Just... ––dejé de gritar, era más creyente si descendía la voz poco a poco.
- ¿Dónde estás? ––preguntó desesperado.
- No lo sé... ––Alice ya debía de haberse imaginado que estaba pasando.
- ¡Háblame, te voy a encontrar ya verás! ––Just estaba atormentado. Sé fuerte, me dije a mi misma. No servía de nada que me dijera aquello, pero si fallaba era el fin de todo.
- Just, tengo miedo.. ––susurré, cada vez sonaba mejor.
- Tranquila, estoy aquí ––gritó.
- Te quiero, ¿lo sabes verdad? ––aquello no debía de haber salido, no estaba calculado.
- Está ahí ––gritó.
La puerta comenzó a crujir, supuse que Justin la estaba empujando.
Varios segundos después cayó, y tras su caída vi la silueta de Just, Alice estaba detrás callada.
Él, impacientado, se arrodilló a mi lado y comenzó a moverme histérico.
- ¿Qué ha pasado? ––preguntó. Respiré hondo, ahora o nunca.
- Yo.. yo estaba con Alice, estábamos hablando... Se puso celosa, intenté calmarla pero... ella me tiró algo y no recuerdo más ––comencé a gimotear.
- ¿Cómo has podido hacerle eso Alice? ––Justin estaba irritado, frustado, y temblaba.
Noté sus manos por todo mi cuerpo, me cogió en peso y comenzó a andar para enfrentar a Alice.
- Yo-o-o... no he hecho nada Just ––dijo Alice casi llorando.
Justin chocó con una de las partes rotas del jarrón.
- ¿Y entonces quién ha sido? ––le gritó enfurecido.
- Justin, créeme. 
- Lárgate Alice ––Alice salió corriendo de la salita y abrió asustada la puerta de la habitación continua.
Justin me dejó en un sofá de la habitación pegada a la salita, y encendió la luz.
Just estaba más tranquilo ahora que me había examinado la cabeza un par de veces.
Para dramatizar me senté y eché la cabeza hacía atrás cerrando los ojos.
Justin apoyó sus brazos en mis piernas, y en sus brazos echó la cabeza. Me miraba fijamente, con dulzura e inquietud.
- ¿Bárbara? ––susurró.
"Abrí" los ojos poco a poco y le miré, con una sonrisa cansada.
- ¿Si? ––pregunté.
- ¿Me perdonas?
- ¿Qué tengo que perdonarte? 
- Todo, si no fuera tan diferente contigo cuando estoy delante de Alice, o si nunca me hubiera acercado a ella sin sentir algo... Nuca hubiera pasado, no estarías así... ––Justin temblaba de nuevo.
- Eh, eh... ––cogí su rostro entre mis manos.
- Perdóname.
- Justin, tú no has hecho nada malo... Es más, desde que llegaste a mi vida todo tiene sentido... No es tu culpa, ¿de acuerdo? ––bajé mi cara hasta tenerle de frente.
Justin suspiró.
Acercó aún más su cara a la mía y me besó lentamente.
Otra vez sentí aquellos malditos escalofríos.
¿Qué por qué eran malditos? Porque no debería de sentirlos.
Just se separó poco a poco de mí y sonrió.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Veintidós.

Jasmine sonrió grandiosamente.
- Hola Bárbara ––me saludó Alice moviendo a su vez la mano.
- Hola Alice, no sabía que estabas por aquí ––sino fuera bonita, me hubiera asustado.
- Siento ser tan silenciosa ––se disculpó.
- Alice llegó esta mañana para ayudarte un poco con tu adaptación el zona, pero como no estabas se quedó a tu espera ––explicó Jasmine.
- Muy amable por tu parte Alice ––le agradecí el gesto.
- Si quieres puedo hacerlo ahora. 
Me quedé callada en duda, ¿qué mas me daba?
- Claro, me encantará que me ayudes, ando aún perdida ––le sonreí.
Alice asintió y subió las pocas escaleras que yo llevaba subida, permaneció a mi espera. Yo seguía perdida mirando a la nada.
¿Qué me pasaba? No estaba segura, pero me quedé atontada durante varios segundos.
- ¿Subimos? ––me preguntó Alice.
- ¿Eh? ––desperté, sí así se le puede llamar. 
Alice me miraba atónita, su rostro reflejaba asombro. ¿Asombro de qué?
- Claro, subamos ––dije saliendo de mi mundo.
Ascendimos por las escaleras, debería de haber supuesto que Alice ya conocía mi habitación de antes, ella fue por delante de mí, hasta se sentó en mi cama cuando yo cerré la puerta.
El silencio no era tan incómodo como solía ser con otras personas.
Abrí el armario-habitación, aún no podía dejar de asombrarme la cantidad de prenda que había en su interior. Entré y rebusqué algo normal que ponerme, pero no recordaba donde encontré los vaqueros el último día.
- ¿Necesitas ayuda? ––me preguntó Alice desde afuera.
- ¿Sabes dónde podría encontrar algo no tan oneroso de ver? ––por más que mirará a mi alrededor todo era caro.
- Todo es igual de gravoso, pero a la derecha están los más sencillos ––respondió.
¿Cuál era mi derecha? Mi cabeza hoy no iba especialmente rápida, estaba torpe.
- ¿Puedes echarme una mano? ––le pregunté mientras me rendía.
- Claro ––repuso. Entró a la habitación con una sonrisa, ¿era la chica de la sonrisa acaso?
- Gracias ––reconozco que desde el principio fue muy grata conmigo.
- No hay que darlas ––dijo, comenzó a andar, si encontró la derecha. 
- Pilla lo que más creas que me convengas... Te espero afuera, esto no es lo mío ––salí y la dejé escoger. No es que no fuera exactamente lo mío, mi madre me enseñó que prendas me quedaban mejor, pero odiaba ir tan lenta.
¿Qué le estaba pasando a mi cabeza? Todo iba diferente.
- Creo que esto te quedará genial ––Alice salió y cerró las puertas del almario. Su sonrisa ahora era más exquisita.
Me levanté de la cama y las cogí.
- Gracias ––volví a agradecerle.
- Vístete ––dijo sacando la lengua.
Unos pantalones vaqueros rasgados, un chaleco blanco de tirantas y uno caído azul cielo. Unos tacones blancos y un poco de brillo. 
¿Cuánto tarde en vestirme? Nada comparado con lo que hubiera tardado si hubiera estado sola. 
Me giré para mirar a Alice que, por primera vez, no estaba sonriendo.
- ¿Qué ocurre? ––pregunté mientras me sentaba a su lado en la cama.
- No sé si debería... ––musitó ella escondiendo la cara entre las manos, un acto de desesperación.
- Puedes contar conmigo ––le sonreí.
- Llevo cerca de seis meses detrás de Justin y nunca he conseguido que me prestará tanta atención como a ti en cuatro días... Él cuenta conmigo como si fuera solo una amiga, contigo es distinto, te mira fascinado, esta cautivo por ti... No te sientas mal, yo también me quedé arrobada cuando te vi. 
- Yo, no soy tan especial ––era cierto, nunca me he creído más que nadie, solo que cuando me proponía algo, siempre lo conseguía.
- No es solo tu rostro, tienes algo en la mirada... Tu esencia, el solo estar... Es magnífico ––puso una de sus manos sobre las mías, ya empezaba a sentirme peor porque no se me ocurría nada, ni una palabra con la que dirigir la conversación para cualquier otro tema.
Silencio, un largo silencio entre las dos.
- Solo deseo que sepas valorarlo. Él es distinto ––musitó.
- Él es especial.. ––recordé su mirada, algo me hizo temblar.
Debía controlar mis emociones, pero cualquier cosa que me hiciera pensar en él me desequilibraba.
Sabía perfectamente que debía irme, desaparecer, pero no quería. Por primera vez en mi vida, el querer pudo más que el deber.
Aquel era el comienzo de mi pérdida, aún asín siempre será la perdición más dulce que jamás habrá.
- ¿Vamos? ––preguntó levantándose de un salto.
- Claro ––me levanté lentamente y la abracé.
- No eres tan mala como imaginé que serías ––se burló.
- ¿Sabes? Eres mi primer mejor amiga después de la separación que tengo con mi madre ––sonreí.
- ¿Tu mejor amiga? 
- Sé que puedo confiar en ti, lo he sentido.
- Eres maravillosa.
Ojala lo hubiera sido, ella estaba tan ciega que ni vio lo que se le venía encima.
Bajamos las escaleras y buscamos a Jasmine. La encontramos con Mushú, su gato persa blanco.
¿Creéis que me gustan los gatitos? Os equivocáis.
Los únicos animales que me gustan son los perros, y no los pequeños, los pitbull, los husky siberiano... Si esa clase de perros, grandes y socarrones siempre han sido mi perdición.
Ni me acerqué a Mushú, Jasmine lo bajó de la encimera y salimos.
Entramos al auto de Alice y ella condujo hasta la casa de Ryan, la casa que apenas divisé la noche de los premios.
Bajé del coche y la observé, si aquella noche la vi tan inmensa en la oscuridad, ahora era descomunal.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Primer EXTRA.

Nunca olvidaré ese día, aquel día fue el comienzo de todo.
Llegué a casa llorando y maldiciéndole.
Lo odiaba con todo mi ser, él no se merecía nada, él era el ser más repugnante que había conocido en mi vida.
Solté la maleta en la entrada y cerré la puerta con violencia.
- ¿Bárbara? ––mi madre salió de la cocina y me miró confundida.
- ¿Qué? ––apenas la veía, las lágrimas impedían alguna división.
- ¿Qué te ocurre mi niña? ––se acercó a mi y me abrazó con firmeza, oculté la cara en su pecho. Lloré con fuerza.
- Le odio mamá, lo odio ––mi madre siempre había sido mi mejor amiga, a ella siempre le contaba todo lo que me ocurría. Por aquel entonces no llegaba a tener ni los doce años de edad.
- ¿Edward?––dedujo ella.
- Mamá... Ha jugado conmigo como a querido, es lo más cínico que hay en el mundo ––respondí.
- Ya te lo advertí ––repuso ella.
- Lo sé...
Edward había sido el chico más atractivo del instituto, estaba en mi clase de biología y de física. Hacía la semana anterior había sido el primer chico en el que me fijaba y se lo conté a él mismo. Aquella mañana en el instituto después de que el día anterior me dijera que sentía algo por mi, lo vi besándose con una de tercer año, si después de haber estado una semana tonteando conmigo había ido a por una mayor.
- Devuélvele la jugada ––dijo ella, subí los ojos hasta verla de frente.
- ¿Cómo?
- Juega tú con él.
- No puedo hacerle eso.
- ¿Por qué no? Él lo ha hecho, solo estarías equilibrando el mundo.
- Tú nunca se la devolviste a papá.
- Yo ya estaba demasiado desgastada y era demasiado insignificante para el mundo ––me acarició la cara. 
- Mamá yo...
- No quiero que cometas los mismo errores que yo, no quiero que te destruyan la vida cielo.
- Yo tampoco quiero más daño... ––musité.
- Tengo una idea ––sonrió.
- ¿Cuál mamá? ––mi madre conmigo era muy instructiva.
- Te enseñaré a conseguir a cualquier hombre del mundo ––respondió alejándose de mi, entró al pequeño salón. La seguí.
- ¿Para qué? ––le pregunté, ella colocaba la pizarra en medio de todo aquel desorden.
- Serás alguien en esta vida, devolverás todas las jugadas, la mía y las de otras chicas.
- ¿Cómo?
- Vivirás del morro.
- ¿Cómo voy a vivir del morro? ––comencé a reír.
- Mira ––comenzó un esquema en la pizarra que teníamos en el salón para mis problemas con matemáticas.
                                               _ Lo enamoras
                               - Famoso. _ Te deshaces de él.
-Niña lista (TÚ).                       _ Inventas historias de ese amor.
                               - Devuelves mi jugada, porque lo habrás                                                                                       enamorado y le habrás hecho daño.
                               
- ¿Y cómo piensas que enamoraré a un famoso?  ––aquello no tenía ni pies ni cabeza.
- Tu padre es famoso, conseguiré que te quiera. Pero antes te tengo que enseñar, serás manipuladora, lista y te anticiparás a todos los pasos que den ellos ––explicó.
- ¿Quiénes son ellos?
- Todos a los que les vas a destruir el corazón.
- ¿Qué? 
- Bárbara, ¿estás dispuesta a enseñar que no todas las mujeres somos objetos? 
Lo pensé bien.
- Si...
- No me defraudes nunca pequeña. 
- Nunca te fallaré mamá.

Veintiuno.

Me acerqué a él sin vacilar, sin pensar. Acaricié su rostro con la yemas de mis dedos.
Sus labios se aproximaban cada vez más a los míos. Un beso, lento, atractivo, seductor y mágico.
¿Qué sería de mí? Me pregunté. ¿Qué más daba?
Caricias, besos y susurros. Los escalofríos me resultaban algo maravilloso.
Mi cuerpo temblaba de miedo, emoción... Nunca sabré de verdad si esperaba que todo ocurriera de aquella manera.
Justin siguió impeliéndome. Me empujó a la hierba, su mano sostuvo mi cabeza, equilibrando la caída.
Beso tras beso, apenas me daba tiempo a respirar, mi corazón latía violentamente. Deseaba cada vez más.
La mano de Justin bajó y empezó a subirme la camisa.
Debía pararle, pero no quería.
No debo, defraudaré a mamá.
- Just ––dije quitando mi boca de la suya.
Justin paró y se separó de mi con rapidez. Se sentó en la hierba y me miró avergonzado.
- Yo... ––intenté explicar algo, pero ni pensaba con claridad ni sabía que decirle.
- Lo siento ––murmuró él.
- ¿Por qué lo sientes? ––le pregunté intentando visualizar una conversación.
- Por haberte intentado...
- Eh, yo no lo siento. 
- Yo no debía.
- ¿Por qué no?
- Yo... tengo una pacto conmigo mismo.
- ¿Me lo quieres contar?
- No mantendré relaciones sexuales hasta que madure, y sepa que esa persona será la mujer que me acompañará el resto de mi vida.
- ¿Cómo si de un matrimonio tratase?
- Exacto. Yo no quiero cometer errores.
- ¿Qué clase de errores?
- Los que hicieron mis padres.
- Ah ––callé, yo tampoco los quería cometer.
- Ellos fracasaron y me tuvieron.
- Te han advertido mucho, ¿cierto?
- Si. Por eso tengo esa "promesa".
- No diré nada de lo que no ha pasado.
- Gracias ––miró a otro lado.
Había hecho bien, él no debía y yo tampoco.
No era tan diferente a mí...
"Bárbara, estúpida, no te vuelvas a perder".
Cada vez, era más complicado tener la mente abierta, Justin cada vez era más para mi. Sabía que se me estaba yendo demasiado lejos, pero no quería desaparecer, ahora no.
- ¿Cuál es tu sueño? ––Justin se echó bocaarriba sobre la hierva.
- ¿Mi sueño? ––no podía decirlo o lo perdería para siempre.
- Si, el mío siempre fue la música ––dejó de mirar al cielo para mirarme a mí.
- ¿Cantar no? ––pregunté con una sonrisa.
- No solo cantar, la música es más que cantar. Mi sueño es bailar, escuchar, cantar, sentir la música, hacer a los demás sentirlo... Mi sueño es notarla ––explicó.
- Yo de pequeña no conocí la música... ––repuse.
- ¿Por qué?
- Mi madre no soportaba aquello. La he conocido en el instituto, pero tampoco es que me fascinara mucho ––me encogí de hombros.
- ¿Odias a tu padre? 
- No tengo nada por que odiarle, no le guardo rencor...
- ¿Entonces?
- Yo no siento nada por él, solo sé que es mi padre y que hizo lo que hizo cuando paso.
- No hablas del todo, ¿por qué no confías en mi?
- Just, esto no te incumbe.
- Si, si que me incumbe.
- ¿Por qué?, ¿por qué crees que te debo contar todo?, ¿acaso crees que lo eres todo para mí?, ¿qué te hace pensar que debo contarte toda mi vida Justin?
- Ya te lo dije, quiero saber lo que tú sabes.
- Pues yo no quiero contarte.
- Yo... 
- Llévame a casa Justin.
- ¿Por qué?
- Quiero que me lleves a casa, ahora.
Just me miró y se levantó enfadado, le seguí.
Pasamos por el arroyo y subimos la cuesta que antes había sido una bajada.
Tenía que enfadarlo si quería seguir en el juego. No podía volver a fallar.
Subimos al coche, y tras una hora de carretera visualicé la mansión de los Villegas.
Just aparcó y salió, yo suspiré y salí del coche. Caminé detrás de él, estaba tan molesto que ni se dignó a mirarme cuándo Allison, otra criada, abrió la puerta.
Entré a casa, Justin se dirigía para el salón.
- Justin ––le llamé precavidamente. Se dio la vuelta y me contempló en silencio.
- Es para hoy ––dijo enfadado.
- Lo siento ––su mirada se volvió confusa.
- ¿Por qué? ––preguntó.
- Por no saber contarte las cosas.
- No lo sientas, sé como eres... Y pienso ganarlo todo.
- Tendrás que saber jugar mejor a mi juego ––le guiñé un ojo.
- Creo que sé como jugar sin perderme. 
- Gracias. 
- ¿Por qué me las das?
- Por estar todavía.
- No podría irme sin ti.
- ¡Goorda! ––Jasmine apareció sonriendo. ¿Me había llamado gorda?
- Hola Jas ––Justin ni siquiera la buscó con la mirada.
- ¿Cómo estáis? -- Preguntó Jasmine con una sonrisa colocándose a un lado de Justin.
- Bien, ¿y tú Jasmine? ––giré el rostro para observarla, le dediqué una fugar sonrisa pero no dejé de mirar de reojo a Justin que resoplaba. 
- Te he echado mucho de menos hermanita ––dijo haciendo una mueca.
- Yo también Jas. 
- Bueno Just, nos vemos esta noche en la casa de Ryan. Vamos  a hacer una de pelis.
- Ah, bueno pues nos veremos esta noche. Adiós Jas, adiós Bárbara ––Just salió, no se quedó ni media hora siquiera.
Me dirigí a las escaleras.
- ¿Qué te vas a poner hermanita? ––me preguntó Jasmine amablemente.
- Cualquier cosa, el armario es amplio y tengo una hermana muy equilibrada ––respondí, me giré. Jasmine no estaba sola.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Veinte.

Todo se volvía más especial, cada momento que compartía con Just era más sensacional. Mis sentimientos, mis emociones... crecían. Just se volvía en mi droga, una adicción de la que creía que podría alejarme en cualquier momento, una presunción errónea.
El camino en el coche había sido palpitante a pesar de todo.
Justin y sus preguntas eran excitantes, me gustaba pasar tiempo con él.
- Ya hemos llegado, espera que te orientaré. Tienes que caminar un poco ––dijo con voz suave y aterciopelada. Sonreí estúpidamente.
Escuché como me abría la puerta, sus manos me sujetaron. Bajé del coche torpemente. Sentir sus manos en mis caderas era algo estimulante.
Justin guiaba mis pasos, me sobrecogía la idea de que me soltará.
- Espera––susurró cerca de mi oído.
- ¿Ya hemos llegado? ––pregunté disgustada.
- No, pero esto resbala ––repuso.
Noté como cambiaba de posición, se colocó delante de mí.
- Vas a tener que confiar mucho más en mí ––me sostuvo las manos. Tragué saliva.
- ¿Qué tengo que hacer? ––pregunté suspicaz.
- Una bajada ––contestó.
- ¿No puedes quitarme ya las vendas? ––vacilé un poco.
- Confía en mi... ––imploró.
- Esta bien... ––terminé accediendo..
Just fue bajando poco a poco, sujetándome. Mis oídos percibieron nuevos sonidos, era como el de un arroyo. ¿Un arroyo en Nueva York? Debía de estar desorientada, demasiado.
Mi pie patinó, Just que no me estaba sujetando con firmeza se fue resbalando conmigo hasta que se sostuvo firme y me quedé apoyada a su cuerpo.
- ¿Estás bien, te duele algo? ––preguntó desasosegado.
- Déjame quitarme esto Justin ––casi grité agitada, sus manos sostuvieron a las mías.
- No, aún no. Te prometo que no volverá a ocurrir ––afirmó.
- Por favor, haz esto ligero ––rogué.
- Fíate de mi ––susurró.
- Lo intento.
Volvimos a la bajada, yo seguía a ciegas, ahora más despavorida que antes.
En un momento Justin me soltó, todos mis sentidos se nublaron y me llevé las manos al corazón. ¿Podría haber perdido el equilibrio y no haberlo escuchado?
- Queda poco ––sus manos volvieron a sujetarme las caderas.
Mi corazón se achicó.
- No vuelvas a meterme esos susto ––mormuré sobreponiéndome.
- No temas, nunca dejaré que te suceda algo ––musitó.
Quería quitarme la venda cuanto antes, me daba miedo la oscuridad.
- Sigamos ––Just me empujó suavemente, volví a caminar, esta vez más previsora.
El suelo ya no resbalaba, y creí que todo era homogéneo.
- ¿Queda mucho? ––pregunté tras un buen rato caminando.
- Ya hemos llegado ––contestó.
- Pues quítame la venda ––objeté.
- Cuenta conmigo.
- ¿El qué quieres que cuente?
- Los segundos.
- ¿Para qué? Just, quítamela ya. 
- Está bien.
Sus dedos desataron la atadura de la venda y mis ojos quedaron sin ellas.
Tuve que parpadear varias veces para acostumbrarme a la luz.
Miré a mi alrededor maravillada, verdaderamente si me encantaba.
No sabía donde estaba, pero había una cascada, con un pequeño arroyo... y solitario... ¡En Nueva York! Algo increíble, ¿verdad?.
- Just... esto es... extraordinario ––dije fascinada.
- ¿Lo sientes? ––preguntó sin más, me giré para mirarle. Me perdí en una mirada embrujada. Sus ojos penetraban más en los míos.
- ¿El qué? ––pregunté maravillada con su mirada.
- Que estamos conectados, siento tu corazón, late al compás del mío. Siento tu alma, la veo a cada segundo que miro tus ojos. ¿Sientes todo lo que te siento?
Mi adoración por aquel ser se volvió tan fuerte en aquellos días, que en aquel momento, en aquel segundo, en aquel instante perdí toda la capacidad de mi mente.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Diecinueve.

El roce de su mano, encendió una nueva llama en mí.
¿Todo era tan increíble? No estoy segura de que lo fuera, pero mi mente lo recuerda así. Recuerda cada detalle como uno maravilloso e inquietante.
Respiré profundamente y cerré los ojos dispuesta a dormir.
Minutos después aseguro que estaba dormida.
Muchas piensan en los cuentos de hadas como un referente, solo quieren ser las princesas de ellos. Yo soy distinta, a mi nunca me gustaron los finales felices, ni las historias en las que las malas recibían su merecido por lo echo. Nunca me han gustado las fantasías, prefiero la realidad. ¿Quién tiene un final feliz? Nada más que las listas y malas, las que consiguen lo que quieren. Aquellas personas que todas odian, pero que quisieran ser como ellas. Pues yo no quería ser nadie más que yo. Yo tenía claro mi objetivo, yo sabía a que aspiraba, y la verdad, ganaría todo aquello que se interpusiera en mi camino.
Si tenía que ser otra persona, lo sería. Pero mi mente seguiría igual. Claro está que a Justin le gustaba que "me dejará llevar por los impulsos", podría darle de lo suyo un poco. Total, ¿el qué sabía de mi que pudiera perjudicarme?


- ¿Bárbara? ––un escalofrío recorrió mi espalda, era una sensación fría, suave y a la vez dulce.
Abrí los ojos poco a poco, Bieber estaba sentado en la cama sonriente.
- Buenos días ––le saludé mientras me desperezaba.
- ¿Qué quieres desayunar? ––preguntó.
Hice crujir mi cuello.
- No tengo hambre, gracias ––respondí bostezando.
- Voy a por ropa, creo que Cait dejó algo suyo en la maleta por si las moscas ––se levantó de la cama y entró al baño.
- ¿Para qué deja Cait ropa contigo? ––le pregunté algo inquietada.
- Puede quedarse a dormir, y para su hermano tengo ropa pero para ella no ––respondió sin salir del baño.
Un silencio incómodo se prolongó.
Bieber tardaba en salir por lo que me puse de pie y me estiré.
Como no daba señales de vida me acerqué y me quedé en el marco de la puerta viéndole. 
Buscaba y a la vez destrozaba, la maleta ya estaba casi vacía, y todo lo demás esparcido por el suelo.
Le oí quejarse y se me escapó una risita burlona.
Me encaró.
- ¿Te hace gracia esto? ––preguntó haciendo un mojin.
- Me divierte verte perder la concentración ––respondí encogiéndome de hombros.
- Ah, cierto te gusta desconcertarme. 
- Tenemos algo en común.
- Tenemos muchas cosas en común.
- Esta es la primera que recuerde.
- Tienes muy poca suficiencia.
- Creo que te equivocas de termino.
- ¿Acaso tienes la suficiencia necesaria para recordarlo todo?
- Si.
- Si lo conoces, si no, no.
- Te conozco.
- No, no conoces mi mente.
- Puedo interpretarlo mejor que tú a la mía.
- Puede, pero no.
- ¿Seguro?
- Muy seguro.
- ¿Acaso no te gustaría ahora mismo insinuarte? 
- Si, igual que tú, aunque no te das cuenta sola.
Callé.
- Bah, te espero a fuera ––me retiré y me senté en la cama.
¿Por qué me había quedado sin ideas?
Miré la araña de cristal que colgaba sobre mi cabeza.
Deseé hipar y no entendí el porqué. Quizás fuera porque nunca antes me había quedado en blanco tan seguidamente como por aquel entonces, algo me bloqueaba y aislaba mis ideas.
Quizás no estuviera preparada para hacer esto sola.
"Ya has comenzado, no puedes desecharlo todo". Estúpida vocesita que hablaba cuando menos la necesitaba.
Sabía que no me estaba volviendo loca, o eso creí. Mi madre siempre me había hablado de que ella lo resolvía todo hablando con su conciencia, aquella debía de ser la mía.
Pero... ¿habría algún modo de omitirla en momentos como aquellos?
Medité, uno, dos, tres segundos y encontré la solución; no había modo de sacarla cuando empezaba.
"¿No te gusta esto? Es perfecto que haya aparecido él".
Si, así mamá estará orgullosa cuando vuelva y vea que ha sido de mi.
"No puedes hacerle eso".
Yo estoy designada para hacerlo.
"Serás infeliz".
Quien tiene dinero nunca lo será, el dinero lo cura todo.
- Bárbara ––me llamó Justin. Me levanté y fui a ver que quería.
- Di ––aasomé la cabeza.
- Toma ––me arrojó varias prendas rosas.
- ¿Gracias? 
- De nada.
- Sal, me voy a cambiar.
Bieber salió sin mediar palabra conmigo, entré y cerré la puerta.
Ahora que creo que he madurado mentalmente, me doy cuenta de muchos errores, de cuantas veces he intentado recomponerme a mi misma... ¡Que necia por no haberme escuchado desde el principio, por no pensarlo todo!
Supongo que es más fácil taparse los ojos y dejar de ver el mundo.
Me duché y vestí. Me sequé el pelo, y lo dejé suelto. Dejé mi flequillo de lado y salí.
Bieber soltó una sonrisa maravillosa.
- Me gusta, estás diferente ––dijo guiñando un ojo.
- Nunca me verás igual ––le advertí.
- No sé porque, pero ya lo sabía.
- Si, bueno. ¿Nos marchamos ya? ––pregunté mordiéndome el labio inferior.
- Quiero llevarte a un lugar especial.
- ¿Hay algún sitio al que puedas ir en Nueva York que te resulte especial?
- ¿A ti no?
- Me parece todo igual.
- Ya verás que mi sitio es mágico.
- Si tú lo dices...
- Sostengo mi palabra, te encantará.
- Adelante, sorpréndeme.
Cogió mi mano y me llevó, caminamos sujetos hasta salir del hostal y entramos a un coche rojo, Bieber se puso de conductor y yo le acompañé de copiloto.
- Abre la trampilla que hay bajo tus pies y busca una venda ––dijo parándose en un stop.
- ¿Una venda? ––le pregunté mientras la abría.
- Quiero que sea una sorpresa ––respondió.
- ¿Por qué te tomas tantas molestias Just?
- Sé lo que siento, y siento lo que sientes.
- ¿De qué hablas?
- Ve pensándolo por el camino Bárbara. 
Justin me tapó los ojos y supongo que volvió a poner en marcha el coche.