viernes, 29 de octubre de 2010

Dos.

El doce de diciembre recogí la ropa de mejor estado que tenía por mi casa, el avión salía tres horas más tarde.
Austin, mi padre, había solicitado un avión para ir a New York de primera clase y me dijo que un sirviente me recogería cuando llegará, supuse que me estaba dando tiempo para estar a solas.
Busqué la única sudadera que tenía de marca y me la puse con unos shorts baqueros 
––que antes habían sido unos pitillos–– y unas bambas que encontré por ahí.
Ciertamente, solo metí de ropa cuatro o cinco juegos, porque nunca había estado sobrada de ella y porque quería guardar pertenencias de mi madre en aquella maleta.
Cuando terminé de meter los álbum de fotos que tenía por casa me tiré en el sofá y comencé a llorar.
Siempre fui una de esas personas que saben ocultar muy bien la realidad y bastante "manipuladora", si me puedo llamar así. Mi madre me había enseñado a dar los palos antes que a recibirlos y siempre se lo tendría muy agradecida.
Terminé sin fuerzas, pero aún así me levanté del sofá, me cambié de ropa y me hice una coleta. Tenía los ojos con unas grandes bolsas de ojeras por lo que me eché el corrector y me dejé tal cual lo demás.
Un taxi me esperaba cuando bajé la escaleras, no miré atrás cuando subí en él, estaba dejando mi casa atrás y atándome a mi padre, sin saber cuándo volvería a ver a mi madre.
El avión era lo más lujoso que había visto en la vida, había uno de esos ordenadores portátiles que tantas veces había visto publicadas en revistas. No sabía manejarlo muy bien, pero una azafata me ayudó, le pedí que me mostrará vídeos de Jasmine Villegas y ella me los buscó con una enorme sonrisa.
Una chica con una bonita voz salió en la pantalla, era bastante guapa y parecía simpática, era lo que siempre había querido tener por hermana. La azafata me sobre-explicó cómo se veían los vídeos en el "Yotube" o Youtube, no sabría decir el nombre correcto.
Seguí viendo vídeos suyos, un par de videoclips y ví entonces algo parecido a "Justin Bieber and her girlfriend Jasmine Villegas", lo abrí más por cotillear que por cualquier otra cosa, un chico de pelo brillante y gran sonrisa apareció en varias fotos con mi hermanastra.
Busqué por Justin Bieber y comprobé que era un famoso, sus vídeos tenían miles y miles de visitas, comencé a verlos uno por uno.
Me sorprendió mucho aquella voz, era suave y hermosa, era algo extraño para mí que estaba acostumbrada más al Rock & Roll que solían poner mis vecinos a toda pastilla por las mañanas.
Se me pasó más rápido el tiempo con aquellos vídeos delante de mis narices y cuando la azafata me avisó de que ya habíamos llegado le puse una de mis mejores caras para que me dejará más tiempo allí.
Pero no conseguí que me dijera nada y sonrió, se dio la vuelta para atender a otro pasajero que estaba llamándola, me levanté de mi asiento algo molesta, yo no quería irme todavía. Sé que puede sonar una idiotez, pero me daba miedo lo que me esperaría a partir de ahora en New York, algo totalmente opuesto a lo que yo estaba acostumbrada.
- Señorita 
––me llamó la azafata cuando ya estaba casi en la puerta de embarqué–– se olvida de su PC.
Me giré para ver si estaba en lo cierto de que me llamaba a mi, y si, me miraba a mi, no había nadie más.
- ¿Mi pc? 
––pregunté extrañada, nunca había escuchado el término pc.
- Si, su portátil ––se acercó a mi y me entregó el ordenador con el que había estado tantas horas cotilleando sobre mi hermanastra y su novio.
- Ah, gracias ––repuse con una de mis mejores sonrisas.
Un hombre me esperaba con una enorme pancarta en la que ponía "Bárbara Swaith Stim". ¿Cómo no iba a estar esperándome a mi? Me acerqué a él y le sonreí.
- ¿Me estaba usted esperando? 
––le pregunté enseñándole mi carnet de identidad.
- Oh, cuánto lo siento señorita Bárbara, no la había reconocido, en fotos sale mucho más joven ––sus disculpas para mi eran extrañamente graciosas. Nunca me habían llamado señorita tantas veces seguidas en mi vida, creo que era la primera vez que usaban el término señorita acompañado de mi nombre.
- No pasa nada, cambio continuamente ––guardé el carnet en un "bolso" que me había comprado antes de subir.
- Es usted muy divertida señorita Bárbara ––me devolvió la sonrisa.
- ¿Nos marchamos? ––pregunté impaciente y asustada.
- ¿Y sus maletas? ––preguntó mirando la única maleta que traía en la mano.
- Aquí esta todo mi equipaje ––respondí, no supe hasta tiempo después que una maleta era poco, para mi siempre había sido suficiente hasta que me acostumbré a la vida de New York por supuesto.
- Pues vayámonos ––me condujo hasta fuera del aeropuerto más grande y fantástico que había visto hasta entonces y me abrió la puerta de un coche grande, alargado y negro.
Subí a aquel coche, no era un coche si no una limusina, tenía muchísimas más cosas de las que tenía en mi propia casa. Lo que más me llamó la atención fue el televisor plano gigantesco que ocupaba una ventana. Mi televisor se había extropeado hacía más de un año, y aquello para mi era descomunal.
Abrí el portátil y volví a investigar más, cada cosa que sabía sobre los demás me resolverían muchas dudas que podrían avecinarse más adelante.
No me dí cuenta, pero ya habíamos llegado.
El sirviente me abrió la puerta y bajé dudosa.
¿Aquello era una casa?... Parecía más una mansión, o un palacio.
El hogar de los Villegas era bastante grande, lujoso y verde.
Tenía unos jardines increíblemente florecidos y hasta creí haber visto columpios. El hombre que me había esperado con antelación en el aeropuerto comenzó a andar en dirección a la casa, yo le seguí temblando.
Todo era mucho más distinto de lo que me había imaginado que sería. ¿Podría cambiarme todo esto?
Llegamos al lumbral de la casa, el sirviente llamó al timbre y la puerta se abrió, él entró y yo me quedé paralizada del miedo ante la puerta.
Una mujer con pinta de ser otra sirvienta sacó la cabeza y me miró.
- Pase señorita, su familia la espera impaciente 
––dijo con una voz delicada, asentí y entré cuidadosamente por la puerta.

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